“Ganarás el pan con el sudor de tu frente”, le dijo Dios a Adán cuando lo expulsó del paraíso (Gen 3, 19). Muchas personas siguen concibiendo el trabajo como una maldición, algo que no es de extrañar si tenemos en cuenta las condiciones y el clima de algunas empresas. Marx afirmaba que el trabajo dignifica al ser humano, pero que el capitalismo nos alienaba convirtiéndonos en una mercancía más. En efecto, los primitivos sistemas de organización industrial convertían a las personas en un mero recurso pasivo. Todavía hoy en día, el sueño de muchos directivos es mecanizarlo todo y prescindir de los engorrosos “recursos humanos”. Y el sueño de muchos trabajadores es un paraíso en donde no haga falta trabajar.
Pero en la era de Internet y la globalización, más que en ninguna época anterior, el éxito de las empresas tiene que ver con el talento. No sólo se trata de incrementar la productividad, es decir, que “vacas felices nos den más leche”; se trata de reinventar el concepto del trabajo y las relaciones laborales. Las empresas necesitan trabajadores con iniciativa, creatividad, agilidad de aprendizaje, colaborativos, etc. Y por otra parte, las nuevas generaciones valoran trabajar en algo que les guste, hacer realidad sus ideas y contribuir a la sociedad, tanto o más que la seguridad o la retribución. Si bien es cierto que muchos jóvenes tienen dificultades para incorporarse al mercado de trabajo en condiciones dignas, también lo es que aquellos con mejores competencias pueden escoger a qué dedicarse, y están cada vez menos dispuestos a sacrificar su tiempo y energía en proyectos que no estén alineados con sus valores.
Para adaptarse al nuevo entorno, las empresas han ido ampliando y mejorando sus políticas de gestión de personas. Casos como el de Google, con oficinas llenas de espacios de recreo, políticas flexibles y beneficios para los empleados son la avanzadilla de esta tendencia y el modelo en el que se miran otras empresas en muchos sectores. Pero no se trata sólo de tener unas oficinas más bonitas o políticas más generosas. Las empresas necesitan reforzar su visión y sus valores, desarrollar el liderazgo y el trabajo en equipo, promover el desarrollo profesional y crear un entorno estimulante. Una gestión del talento excelente no está sólo al alcance de monstruos como Google, y no supone necesariamente gastar mucho dinero.
Hagamos virtud de la necesidad. Si queremos competir en la economía global necesitamos empresas innovadoras y ágiles. Y eso sólo podremos conseguirlo con políticas que atraigan, retengan y desarrollen el talento. Los trabajadores, por su parte, también tienen un reto: reconocer el trabajo como un ámbito de realización personal fundamental, y poner en él lo mejor de sí mismos.